Se dice que lo de hoy es “despotricar
contra lo que compone el panorama de la actualidad, declarándole nuestro
desprecio”, el decir que las cosas simplemente no son como antes implica afirmar
que “van mal respecto a lo bien que fueron o podrían ir”.
Hay una tendencia a ir en contra
del panorama de la actualidad. La crítica culta ve todo degradado, los
veteranos sienten nostalgia ante la actualidad y ante la percepción de una
juventud con pérdida del sentido del esfuerzo; el siglo XXI se percibe como descreído,
cínico, repleto de objetos superficiales
donde se hace paso de lo importante a lo que sólo sirve para distraer, con
manifestaciones culturales tan superfluas como sus individuos.
Y en efecto, tal parece que el
objetivo del nuevo siglo es acabar con el antiguo mundo, creando nuevas formas
de vivir, de saber, y de gozar mediante la tecnología, cambiando los paradigmas
hasta entonces existentes y dejando a su paso una melancolía por el cambio, convirtiendo
a la cultura culta en una tendencia “vintage”,
alejada de las prácticas actuales.
Las cosas que rompen los
paradigmas y lo hasta entonces considerado como aceptado, son mal recibidas,
mal vistas y rechazadas aunque posteriormente se incorporan a la “cultura”. Lo
que en la actualidad puede ser considerado correcto o aceptable, en el pasado
pudo haber sido considerado de mal gusto o desagradable. Siempre habrá alguien
a quien le molesten los cambios y se resista a ellos dejando ver el abismo entre
las valoraciones culturales, diferentes en cada persona y en cada época.
Las generaciones actuales han
remplazado las capacidades humanas por tecnologías, desarrollando diferentes
mentalidades, habilidades y destrezas en estas generaciones y dando paso a una
generación más “rica” que la anterior. La sociedad actual es vencida por
el consumo y los medios de comunicación mediante un sistema novedoso de comunicación,
de deseos y valores en la que emerge una sociedad consumista y un sujeto
consumidor. Nos invaden el consumo y trivialidad de los medios de comunicación,
cada vez hay más pero la información que recibimos mediante estos es cada vez
más superflua y enfocada al entretenimiento y el espectáculo lo que nos
mantiene realmente desinformados aunque tengamos la sensación de que pase lo
contrario.
La energía del consumo y del
placer convierte al sujeto en un “sobjeto”
dando lugar a una búsqueda de la felicidad relacionada con los múltiples nexos
con los demás. Las personas son los nuevos objetos, es decir, hay un personismo en el que el sujeto y el objeto
se permutan constantemente en una masiva demanda de lujo, busca el trato con
los demás como objetos de lujo a través de la tecnología. La cultura y la
sociedad del consumismo buscan el placer y la satisfacción inmediata, sin
tregua y la diversión sin fin. La cultura entonces, pasó a ser espectáculo y a
buscar únicamente el entretenimiento, sin profundidad, algo popular, a lado y
al servicio del bienestar cercano cambiando a la par de la sociedad para únicamente
pasar buen rato. En esta cultura sin profundidad, lo superfluo pasa a ser lo
profundo, en donde la apariencia encierra la esencia, esta cultura es liviana,
veloz y compleja, es esta cultura, lo determinante en cuanto a su posesión, es hallarse conectado, de lo contrario se pierde
oportunidad de participar de la conexión global de los macrosucesos y la actualidad.
La cultura del consumo está por
aniquilar a la cultura ilustrada debido al capitalismo, la trivialización y a
las diferentes formas de consumismo. Existe una clara diferenciación entre las
actividades cultas y las no cultas que cambian a través del tiempo, salen de
las concepciones culturales y temporales pero a pesar de esta diferenciación,
la cultura culta también es objeto del consumismo y se vuelve una cultura para
el consumo: ejemplo de ello son los museos existentes para casi casi cualquier
cosa, en la que obviamente se comercia todo lo habido y por haber; tampoco
autores, artistas, países,
universidades, escapan de ser objeto de consumo, se vuelven marcas y se
comercializa con su nombre. Pocos cosas escapan del consumismo, la muerte es de
las esas pocas cosas que no se han vuelto objeto de consumo.
El capitalismo de producción y la
producción en serie pasaron a sustituir el producto artesanal; el capitalismo
de consumo obedece la oferta-demanda creando necesidades en los consumidores
mientras que el capitalismo de ficción se basa en estrategias de consumo
emocionales enfocadas en el hedonismo para lograr el posicionamiento, crear
lealtad en el consumidor y fidelidad, busca lograr el cambio de hábitos de
consumo al establecerse como una moda.
Nuestros antecesores se quejan de
nuestra época y lo que acontece en ella, sienten nostalgia a lo que había, lo
que se hacía y ocurría en sus épocas y muy probablemente pronto nos descubramos
“despotricando” contra las nuevas generaciones y contra la actualidad que ya
nos comienza a resultar ajena en algunos aspectos.
Verdú, V. (2005): La época sin prestigio, La cultura sin culto y La formación sin información en Yo y tú, objetos de lujo, Barcelona,
Debate, 13-56.
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