La percepción
social de la realidad está mediada por imágenes y por los medios, como elementos
que guían la opinión pública simbólicamente.
La relación
que tiene la realidad con la ficción nos hace alternar constantemente de una a
otra, formulándonos la interrogante de si podemos dar crédito a algo o si
debemos dudar de eso. La tv tiene cierto prestigio y nos da cierto tipo de “certificación”
de que algo realmente ocurrió, recurrimos a la imagen como la “prueba” de algo.
¿Podríamos validar entonces el dicho popular “una imagen vale más que mil
palabras”? La realidad televisiva es una realidad que recurre a la edición, es
una realidad editada, que sólo nos muestra aquello que quiere que veamos y no
más.
El
formato de los noticieros o de la programación televisiva en general es caótica
por lo que termina siendo “un cuento
contado por un idiota y que no significa nada” y sin ser algo más que
espectáculo que no busca alterar la realidad, si no divertirla, se busca hacer producción
elaborada de los sucesos, hay una espectacularización
de la realidad en la que los medios observan a la sociedad y ésta es observada
por los medios.
Surge una
confusión entre lo que es ficción y realidad al hacer la traducción del suceso
en espectáculo. Se crea una ficción mezclada con la vida y dicha confusión nos
impide distinguir claramente una de otra, en la tv surge un espejo de la
sociedad en el que la ficción se puede volver un reflejo de la realidad.
Todo lo
anterior es labor del capitalismo de ficción que desemboca en el utilitarismo; en
el capitalismo productivo se hace alusión al producto mientras que en el
capitalismo de ficción, a la marca. Las marcas son elementos no materiales de
la cultura y van más allá de los productos que se pueden comercializar, se
puede hacer una marca de prácticamente todo lo que conocemos, universidades,
países, personajes, etc. tienen ahora su propia marca registrada, pero la
existencia de marcas que desplazan al producto y se vuelven parte de nuestra
cultura y de nuestra vida cotidiana nos muestran la sofisticación que alcanza el capitalismo de ficción.
Por otro
lado se lleva a cabo la celebración de la apariencia, el gusto por el dolor y
lo feo, este es un proceso social que parte de la estetización del mundo de la
existencia de una imagen estética que se adecúa a los sucesos de cierto lugar y
momento (desestetización
contemporánea) lleva a lucrar con el dolor para consumir lo feo que se sirve
del shock y la consternación mediante el espectáculo y la generación de repulsión
que finalmente son estrategias del mercado para promover y vender ideas
mediante el sensacionalismo.
Verdú, V. (2003): La imagen en El estilo del mundo, Barcelona, Anagrama, 113-155.
Un
claro ejemplo del uso de la imagen y de la mercalización de lo desagradable
es la desestetización contemporánea de las exposiciones de Cao Hui, su
exposición se sirve del sensacionalismo y la consternación mediante el espectáculo y
la generación de repulsión.
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